La semana fue movidita, y terminó en lo peor. La decisión de la Asociación del Fútbol Argentino de que los partidos de todas sus categorías se jugarán sin público visitante, luego de la muerte del hincha de Lanús por un balazo de goma disparado por la policía bonaerense durante el encuentro con Estudiantes, generó un gran revuelo a nivel fútbol del interior. La iniciativa fue promovida por el ministro de Seguridad provincial, Ricardo Casal, para todos los estadios de esa jurisdicción pero, luego, la AFA hizo extensiva la prohibición a todos los ámbitos. Y lógicamente la medida tocaba a Rojas, Colón, Junín, Salto, etc, etc. Recién a último momento llegó un informe “levantando” la decisión para los torneos del interior del país. Y así, la Liga de Rojas programó la jornada, para definir los finalistas. Primer error: enviar tan sólo cuatro efectivos. Pocos para partidos decisivos. Claro que quizás ni 500 podían parar semejante bochorno en la cancha de Newbery entre el local y Argentino. Segundo error: increíblemente el Colegio de Arbitros de la Liga Juninense designó para un partido “chivo”, como el clásico, a un inexperto como Juan Carlos Del Fueyo, que hasta no hace mucho tiempo cumplía sólo funciones de asistente. Era conveniente, para la exigente parada, un tipo con mayor personalidad. No abundan en este colegio (como en ninguna parte) jueces seguros, pero la jerarquía de Pedro Pellegrino, Héctor Martínez, Daniel Picca, incluso algunos de menor talla arbitral como Carlos Moreno o Aldo Calogero, a este match le hubieran caído mejor. Cualquiera, menos Del Fueyo, que arrancó torcido y a los tres minutos debió amonestar a Movio (fuerte entrada sobre Mateu), y no lo hizo. Pero además, Del Fueyo pareció sobrar la situación y dirigió muy lejos de la jugada, tremendo error que en el primer tiempo le impidió apreciar dos claros penales (uno para cada equipo). Y además ayer estuvo secundado de dos asistentes jóvenes, quienes también temblaron ante semejante responsabilidad. El final fue triste, ese que no queremos ver nunca, pero que no escapa a la realidad del país, ya que cada vez más seguido vemos por tele o por los diarios nacionales partidos donde las agresiones son brutales. Ayer pudo pasar algo aún más grave. Sinceramente se golpearon varios jugadores con un odio extremo. Aparicio se trenzó con Verón, y esa chispa incendió el “Esteban Balín”. En la retina queda un encontronazo tipo titanes en el ring (pero acá en serio y gran peligrosidad), y tras cartón agresiones sin piedad y un par de piedrazos que cayeron dentro del campo. “Ni por falta de garantías ni por inferioridad numérica suspendí el partido” dijo, asustado, el árbitro Juan Carlos Del Fueyo, quien a las expulsiones de Aparicio y Verón le sumó las de otros cuatro jugadores albicelestes y dos rojinegros, e integrantes de ambos cuerpos técnicos. Y agregó: “Si sacaba todas las tarjetas rojas acá dentro del campo, no salimos vivos”. Quizás esa haya sido su única decisión correcta. Porque el horno estaba como para que más “bollos” salieran en un periquete. Como se superó el 80 por ciento del tiempo, los minutos que quedan no se jugarán, obviamente, aunque habrá que esperar el informe de Del Fueyo y posteriores sanciones que, a esta altura, perjudican seriamente a Newbery más allá de la alegría por el paso a la final: Ponce, Movio y Verón son piezas clave. Y entonces la alegría por el triunfazo de ayer quedó algo menguada. Y la tarde plomiza se apagó con una sensación demasiado amarga. La de sentir de que no nos queremos ni un poquito. Y de estar desprotegidos por una organización cada vez menos presentable de este Seis Ligas, que se desangra y transita su agonía final. Que mandó al inexperto Del Fueyo a su peor desafío. Y pifió feo, mal. Por eso el horrible final del clásico de ayer no es culpa del chancho, sino de quien le da de comer…
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